lunes, 13 de mayo de 2019

Sirenas



A Jennyfer y Arya. De parte de Álex.



¿Quién cree en seres mitológicos? ¿quién cree en las sirenas? A ellas no les importa si crees o no, ellas existen, al igual que tú y que yo. ¿Y por qué no se dejan ver? Sencillo, porque son muy inteligentes, quizás los seres más inteligentes del planeta. Saben bien como acabarían en manos humanas; en grandes acuarios, expuestas en gigantescas peceras, o peor aún; como cobayas en un laboratorio, en la estantería de un supermercado, frescas en hielo, o enlatadas como el atún. Pero ningún humano las ha visto jamás, son inalcanzables cuando nadan o bucean, pueden sumergirse en las profundidades del mar, aquellas donde el ser humano no ha logrado llegar. Son resistentes al calor y al frío extremos, sus escamas las protegen de cualquier inclemencia, temperatura y temporal, estas pueden cubrirles todo el cuerpo, desde la cola hasta la cabeza. Es su torso, brazos, manos y rostro, que se tornan de piel y apariencia humana, cuando ellas así lo desean. Así son las verdaderas sirenas.

Son alegres, vivarachas y divertidas, disfrutan de la vida como cualquier animal libre en su hábitat. Pero hoy día viven una gran desgracia, y es que, aunque el ser humano no las puede atrapar, este está contaminando su ecosistema, el ancho y profundo mar. Con cuantas bolsas de plástico se topan al día, cuantos peces, tortugas, pulpos y otros seres marinos ven sufrir por este desastre monumental. Jamás había habido un ser tan alegre y ahora tan triste, por culpa de una contaminación tan brutal.

Arya es una pequeña y valiente sirena a la que le encanta nadar junto a los tiburones. Ella y su mamá, Jennyfer, juegan y disfrutan de todas las maravillas del agua, de las olas, el brillo del sol. Bailan con las corrientes, se pillan la una a la otra, se esconden y se encuentran, se hacen cosquillas con las colas. Arya tiene un buen amigo, es un bebé tiburón, hace poco que ha nacido y ella lo llama cariñosamente, Gruñón. Le enseña sus dientes afilados, ella se ríe un montón.

Arya encuentra un potecito de color rojo intenso, y se lo muestra a su mamá. Ambas emergen del agua y se sientan sobre unas enormes rocas. La luna llena se refleja en la superficie del mar. Madre e hija observan las estrellas. Jennyfer abre el potecito y le pide a su hija que le tienda la mano, es un pintauñas ecológico, hecho el tinte con extracto de remolachas y esmalte natural, lo que no es ecológico ha sido lanzarlo al agua, un botecito de cristal. La sirena le pinta las uñas a su pequeña, y luego esta hace lo mismo con su mamá. Admiran las puntas de sus dedos, lucen como el fuego de un dragón, luego cubren sus cuerpos por las escamas, azules y violetas, y regresan a la profundidad del océano, vuelven para dormir y soñar en su hogar.

Un buen día, la pequeña sirena juega al pilla pilla con su buen amigo, Gruñón. El bebé tiburón está creciendo, y ya es muy rápido el muy bribón. Arya podría alcanzarlo en un pestañeo, pero controla su velocidad, para dar juego a su compañero de diversión. Ambos se han separado mucho de su respectivas mamás, y han llegado a la parte más profunda del mar. Allí reina la más absoluta oscuridad, ni tú ni yo veríamos nada, pero la visión de los tiburones es buena en tales condiciones, y la de las sirenas, aún más.

Gruñón aletea su cola y va nadando en zig zag, se gira para ver donde está Arya, ella lo persigue a unos metros, él cree que no lo puede alcanzar. Pero al volver la cabeza, Gruñón no ha visto un bidón de plástico que reposa encallado en la tierra del fondo del mar. Su cabeza entra en el gran barril y su cuerpo queda atrapado, revolotea ansioso por escapar, siente tal angustia que se desespera, por no poder salir de esa trampa mortal. Arya va en su ayuda, pero algo se interpone en su camino, es una criatura de las profundidades, un increíble monstruo marino de ocho patas y seis ojos, una araña gigante, una tarántula acuática espeluznante, el mayor temor de las sirenas, pues estas bestias se alimentan de escamas azules y violetas, de bebés tiburones, y de todo lo que puedan cazar.

La enorme araña se acerca a la pequeña, sus pinzas se abren y cierran, muestra de hambre ante su posible presa, Arya está asustada, pero es valiente e ingeniosa, y tiene ventaja sobre la criatura de ocho patas, es mucho más veloz que ella. Así que la sirena bordea a la tarántula, alcanza la cola de Gruñón, tira de él y lo libera del bidón, y luego le da un coletazo al barril, lanzándolo como un torpedo hacia la araña, a la cual le da un buen coscorrón. La bestia se queda aturdida, y Arya agarra a Gruñón, ambos salen disparados en dirección opuesta, y pronto llegan a su hogar, agotados... por hoy, se acabó la fiesta.

El bebé tiburón regresa con su madre, y la sirena con la suya. Explican la aventura en casa, y luego meriendan, un pastel de algas de cacao y frutas marinas, para relamerse los dedos.



Jennyfer y Arya viven el mar, ese es su hogar. Bailan con las olas, a la luz de la luna de noche, y de día a la luz del sol. Son sirenas, ni tú ni yo las veremos jamás. Pero hoy viven una desgracia que tú y yo podríamos evitar. No arrojes botecitos de cristal, ni bolsas, ni bidones, donde ellas viven felices junto a todos los seres del mar. Porque, aunque se pinten las uñas mientras observan las estrellas, aunque se protejan con lo que sea ante las criaturas más espeluznantes, ellas tienen un hogar, y quieren que esté tan limpio como el tuyo, respeta su hábitat, porque aunque jamás puedas atraparlas ni verlas, siempre te lo agradecerán.



Fin


martes, 12 de mayo de 2015

El Alucinante Viaje en Coche de Carlitos

En el horizonte, el sol era una gran boca de lobo soplando el polen hacia su encuentro, con el único objetivo de premiar sus deseos.

Las motas de pelusa blanca eran pequeñas briznas de las nubes envolviendo el carro. Cientos de miles de millones de maravillosas hadas de luz.

Carlitos bailaba sus dedos al son de la banda sonora de la Bella y la Bestia. Las migajas voladoras danzaban al unísono, seguían los pasos concertados del gran maestre, el director de orquesta y sus diez batutas con uñas. Medias lunas de fino cristal.

Las lineas continuas de la carretera eran serpientes interminables, se dividían en otras más cortas y ligeramente separadas, eran crías reptando tras su madre que pronto aparecía de nuevo.

Los arboles se difuminaban con la velocidad del viaje, era un cuadro fantástico, una fotografía impresionante. Con los dedos en el margen de su vista guiñada, un hombrecillo saltaba sobre las copas y evitaba los obstáculos dando ágiles brincos para no estamparse con los troncos, postes eléctricos y otras adversidades con las que podía toparse el pequeño ser de piernas de falanges.

Palmeaba sus rodillas como dos tambores de la selva, era la llamada a las bestias, imitaba el rugido del león Simeón, el bramido del elefante que andaba siempre hacia adelante, el aullido de un hombre lobo, el gruñido de un hermano oso y el graznido de un cuervo de tres ojos.

Todos acudían a su encuentro, sus almas anidaban en el polen, en las motas de pelusa blanca, hadas de luz que premiaban sus deseos.

Carlitos despertó por un momento de su ensoñación.

- Mamá, las hadas no son reales, son seres de mi imaginación. ¿No existe la magia en este mundo? -
Preguntó Carlitos con cierta resignación- .

- Los rayos del sol vienen directos, desde cientos de millones de kilómetros de distancia, hasta tus
ojos. Para que puedas ver todo lo que hay en este mundo, ¿No te parece eso, algo mágico?

- Los rayos de luz son soplidos de un gran lobo, mamá.

- Ja, ja, ja, ja. Hijo, estamos hechos de la misma pasta.

- Sí mamá, tu eres un espagueti y yo un macarrón, pero el trigo es el mismo.





Fin

domingo, 3 de mayo de 2015

Las Extraordinarias Gafas de Lupe

Sentada en un banco del parque, la pequeña Lupe lloraba desconsolada, moqueaba su nariz aguileña, su cabello revoltoso y grasiento parecía un nido de golondrinas, un pájaro se posó cerca de ella, Lupe le propinó un gruñido, mostrándole sus hierros dentales de manera amenazante y este salió volando en el acto, despavorido.

La niña intentó abarcar con sus brazos su enorme panza y apenas llegó a rozar la punta de los dedos de una mano con los de la otra. Pero Lupe, no lloraba por sentirse fea, ni por tener el pelo de estropajo, ni tan siquiera por llevar aparatos en sus dientes o por estar considerablemente gruesa, ya había llorado muchas veces por todas aquellas cosas.

Ahora sus lágrimas se debían a que el oculista, a quien había visitado aquella mañana con su mamá, le había dicho que tendría que ponerse gafas.

"Solo me faltaba eso", pensaba Lupe. "Lupe aguilucha, Lupe la nido, Lupe la fea, Lupe boca de hierro, Lupe la gorda y a partir de mañana, que empieza el tercer trimestre de colegio, también seré, Lupe lupitas"... Continuó pensando, mientras encharcaba las palmas de sus manos con mil y una lágrimas de profundo desconsuelo.

La pequeña agarró el estuche de sus gafas nuevas, lo abrió, las sacó, las arrojó al suelo y las pisoteó con fuerza hasta romper los cristales y partir la montura.

- ¡Pero que he hecho! ¡Mamá me ha dicho que tenga cuidado, que son tremendamente caras!  - Lupe no pudo evitar gritar aquellas palabras a pleno pulmón, tras destrozar sus gafas nuevas por un incontrolable impulso, propina de sus temerosos pensamientos -.

- ¡Que he hecho! ¡Mamá se pondrá furiosa!

- Tranquila Lupe. - Dijo una misteriosa voz -.

- ¿Quién ha dicho eso? - Preguntó Lupe al viento- .

- Aquí, mi pequeña Lupe, sobre tu hombro.

Lupe miró en su hombro, un pequeño hombrecillo, del tamaño de una uña, sentado sobre un diminuto taburete azul, se encontraba allí, sobre el hombro de la asombrada niña.

- ¿Tu, tu quien eres, que eres, que quieres, que...? - Preguntaba, con voz temblorosa, Lupe- .

- Tranquila, tranquila, pequeña. Mi nombre es Potermendegildo Saliamanteri Fonpiestril, pero puedes llamarme Pot.

- ¿Pot?

- Sí, Pot. Tu amigo y diseñador de soluciones instantáneas.

- ¿Diseñador de que? -Preguntó confusa la pequeña Lupe-.

- Diseñador de soluciones instantáneas, con extra especial de la casa. - Concluyó el extraño ser minúsculo sentado en su microscópico taburete azul- .

Lupe se frotó la cara con los puños para desentelar aquella fantasiosa imagen que creyó proyectar con su imaginación y que vio con cierta borrosidad a causa de sus ojos llorosos.

En su hombro no había nada, ni nadie.

Pero en su regazo pudo ver el estuche cerrado y en el suelo, Lupe comprobó, completamente sorprendida, que ya no estaban allí sus gafas destrozadas.

Abrió el estuche poco a poco, esperando que el milagro se hubiera obrado y en efecto, allí estaban sus gafas nuevas, con su montura y vidrios intactos.

- ¡Vaya! -Exclamó - ¡Una solución realmente instantánea! -.

Entonces, Lupe se puso las gafas, sobre su aguileña nariz, sonrió mostrando al mundo la hilera de piezas metálicas de sus dientes y admiró el entorno. Todo se veía más nítido, el contorno de los arboles, los colores de las flores, las piedras del camino, veía con una lucidez espléndida, como jamás había visto nada hasta aquel entonces.

Caminó hacia su hogar, cuando vio a lo lejos a Sofía, una niña de su clase que ni un solo día descansaba para no propinarle algún insulto, "Lupe aguilucha, Lupe la nido, Lupe la fea, Lupe boca de hierro, Lupe la gorda"..."En cuanto nos crucemos se reirá de mis gafas, Lupe lupitas es lo que me espera"... Pensaba la niña mientras andaba hacia su cruel compañera de escuela.

Al encontrarse cara a cara, la una en frente de la otra, Sofía abrió la boca.

- ¡Vaya, lo que te faltaba Lupe! ¡Lupe lupitas! ¡Ja,ja,ja,ja,ja! -Rió Sofía mostrando una hilera de brillantes dientes -.

Tan brillantes, que un destello se reflejó en los cristales de las gafas nuevas de Lupe, ese destello rebotó y fue directamente a chocar contra la frente de Sofía, donde apareció de repente un cuerno de un intenso color rojo, Sofía parecía un rinoceronte endiabladamente divertido.

Lupe soltó una gran carcajada al ver aquello.

Sofía se quedó de piedra, acababa de insultar a Lupe y esta, en vez de ponerse a berrear o a patalear como solía hacer en estos casos, se puso a llorar, sí, pero de risa.

Lupe, levantó sus gafas para secarse las lágrimas provocadas por el inmenso regocijo, entonces vio que el cuerno rojo había desaparecido de la frente de su perpleja compañera que ya marchaba cabizbaja, por no lograr ofender a nadie y llevarse en cambio, una incisiva risotada.

- ¡Vaya! - Exclamó la pequeña Lupe - ¡Ahí va, el extra especial de la casa de Pot! -.


Fin


viernes, 1 de mayo de 2015

Pastel de Cuerno de Unicornio

En el reino de las Petunias de Calabacín, famoso era el desmesurado sibaritismo del Rey Leonardo Boyero III.

Se le había antojado un postre, era sumamente difícil su elaboración y casi imposible obtener su ingrediente principal, más el Rey no escatimaba en gastos con tal de saciar sus más disparatados caprichos.

El rey quería un último pastel de cuerno de unicornio.

- ¡A partir de mañana comeré caldo de cola de sirena! - Ordenó a sus cazadores reales y a su cocinero, el gran chef, Almejillón -.

Los cazadores se separaron para apresurar su búsqueda, oscurecía, el rey quería pastel antes de irse a dormir.

Un cazador se topó con la fantástica criatura, tras un monte de orégano y flores de miel.

El trampero agarró su fusil, apuntó hacia su presa y observó sus brillantes ojos.

- No me matéis, soy el último unicornio que queda con vida en vuestro reino, si acabáis conmigo, desaparecerá la fantasía, nuestros cuernos son la fuente de toda imaginación.

El súbdito hizo caso omiso de la advertencia y disparó.

El rey jamás pudo saciar de nuevo su caprichoso paladar, tenía los ingredientes, pero sin fantasía, sin imaginación, sin creatividad, sus sabrosos platos ya nadie pudo elaborar, nunca más.


Fin

El Secreto de los Calzones Mágicos

Federico abrió su regalo de cumpleaños.

- ¿Unos calzoncillos? ¡Menuda mierda de regalo!

- No son calzoncillos - le explicó su abuela- son calzones.

- Pues calzones o calzoncillos... ¡Una mierda de regalo!

Mientras tanto, en un mundo paralelo al nuestro...

Federico abrió su regalo de cumpleaños.

- ¡¡¡Calzoncillos mágicos!!!

- No, Federico... ¡Calzones mágicos!

- Los calzones mágicos me han hablado, tengo que salvar a alguien, le apresa un terrible mal.

Cruzó una odisea de brujas, ogros, dragones y demonios hasta llegar al calabozo donde lloraba aquel a quien debía liberar, introdujo sus manos entre los barrotes de la celda...

... Al otro lado de la barrera invisible que separaba ambos mundos de aquel multiverso...

Federico escuchó su propia voz que le susurraba:

- Tranquilo amigo mío, he venido a salvarte, ponte los calzones mágicos, dale las gracias a tu abuela y besa su mejilla tres veces, te lo prometo, los calzones mágicos me han vuelto a hablar, haz lo que te digo, solo así, de tu mazmorra, podrás escapar.

Fin